Jun 02

Había una vez una investigadora que le daba vueltas a cómo sus publicaciones científicas podrían obtener mayor visibilidad. Una tarde, tras meditar quien le resultaría de gran ayuda, se dirigió a su bibliotecaria y le comentó:

—Estoy indagando sobre posibles revistas para publicar mis artículos y me gustaría saber cuáles tienen mayor impacto dentro de mi especialidad.

—La publicación en Open Access es una buena opción —respondió la bibliotecaria, sin dudarlo. Hacía pocos meses habían decidido comenzar a sensibilizar a sus usuarios sobre los beneficios de la publicación en abierto.

La investigadora abrió casi tanto los ojos como la boca; no parecía muy convencida, algo que era corriente en gran parte del ámbito académico.
foto casa
CC BY 2.0 por Yandi

La bibliotecaria prosiguió contándole aquello en lo que había empezado a formarse. El Open Access proporciona mayor difusión de la información y reutilización del material publicado tanto a la comunidad científica como al resto de la sociedad.  Se incluye toda la literatura científica que el ámbito académico ofrece al mundo sin la expectativa de recibir ningún pago ya que el interés principal de publicar es hacer público el resultado de la comunicación.

— ¿Es esta la mejor opción?

—Si no me equivoco —continuó la bibliotecaria— a la comunidad científica le interesa romper barreras, que todo aquel artículo de interés pueda ser citado, contrastado y que las nuevas publicaciones se apoyen en el conocimiento preexistente. Una forma de lograrlo es mediante la publicación en acceso abierto. El Open Access significa que los artículos se encuentran disponibles en la Internet pública de forma gratuita y le permite a cualquier usuario leer, descargar, copiar, distribuir, imprimir, buscar y enlazar al texto completo. La única limitación es la relativa a los derechos patrimoniales, es decir, tú como autora sigues manteniendo el control sobre la integridad de la obra y el derecho a ser citada y reconocida.

—Pero, ¿la calidad? ¿Tienen calidad las revistas de Open Access?—preguntó la investigadora.

La bibliotecaria, tecleó en su ordenador http://elifesciences.org/ y le mostró a su inquisidora usuaria la página web de la editorial elife como un buen ejemplo del cambio de paradigma en los modelos de publicación y cuyo editor, Randy Schekman, ganó el premio Nobel de Medicina 2013.

—Toda la literatura científica publicada en Open Access es de calidad porque lleva revisión por pares. De hecho, el acceso abierto está cambiando el modelo de realizar la revisión. Se pretende que lleve a cabo antes, durante y después de la publicación —le explicó mientras le mostraba la sección «Por qué publicar con nosotros»—. Por supuesto, existen editoriales fraudulentas pero desde la biblioteca te podemos ayudar a identificarlas y asesorarte sobre dónde publicar teniendo en cuenta criterios de calidad y evitando, de este modo, a las editoriales engañosas.

—¿Y qué hay sobre el factor de impacto?

Habíamos llegado al gran escollo —pensó la bibliotecaria. —En el Open Access se pretende revisar conceptos como el factor de impacto e incorporar otras métricas alternativas que pueden, entre otras cosas, ofrecen las veces que un artículo ha sido citado en un blog o en redes sociales. Le instó a leer en la pantalla una de las políticas de esta editorial: utilizar métricas diferentes al factor de impacto que «…permiten expandir y enriquecer el concepto de la investigación».

Algo más que curiosidad pareció despertarse en la investigadora que preguntó a la  bibliotecaria si disponía de un momento mientras tomaba asiento y sacaba lápiz y papel, apuntando la dirección de la web de elife.

—¿Qué opciones hay para publicar en acceso abierto?

—Existen dos formas, las denominadas «Rutas». La Ruta Dorada (Gold OA) que consiste en publicar en revistas de OA. Se paga por publicar y en ocasiones puede resultar un timo por parte de las editoriales ya que cobran por la suscripción a la revista y por publicar. Otra forma de publicar es la llamada Ruta Verde (Green OA). Se caracteriza por depositar literatura científica revisada y publicada en repositorios institucionales o temáticos que permita OA, que no tengan la distribución restringida, que sea interoperable y que permita la conversación a largo plazo. Se pueden depositar pre-print, post print y el pdf del editor.

—¿Un pre-print? No sé si me convence.

—Piensa que es una forma de que otros colegas comenten tu investigación o para alertarles de la importancia de hallazgos de la investigación.

—Ummm. Interesante perspectiva.

—¿Cómo puedo saber qué revistas existen de Open Access?

—En la biblioteca estamos intentando incorporar al catálogo revistas de OA de calidad para que nuestros usuarios puedan tener acceso a ellas.

En ese momento, entró un usuario en la biblioteca. —En cualquier caso, el próximo mes vamos a realizar una sesión formativa sobre la publicación en open Access para los investigadores. Si tienes interés, puedes apuntarte. Tienes la información la web de la biblioteca.

—Muchas gracias por tu tiempo. Me ha resultado de gran utilidad esta información. Creo que me acercaré a esa sesión que mencionas.

La bibliotecaria sonrió. —De todas formas, aquí me tienes para cualquier otra duda que te surja sobre este u otro tema.

*Basado en la presentación de Pilar Toro, responsable del grupo de trabajo de Acceso abierto y repositorios y del debate realizado por las personas integrantes del mismo durante las Jornadas de Bibliosalud 2014.

Noelia Álvarez
Biblioteca Virtual de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid Subdirección General de Tecnología e Innovación Sanitarias.

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Apr 15

En su origen más remoto, cuando el hombre comenzaba a rehundir en las tabletas de arcilla pequeños signos con los que contabilizar las cabezas de ganado y  las cosechas  de trigo o recopilar las nuevas leyes, tuvieron su origen las bibliotecas como centros de conservación de lo propio que era a la vez lo ajeno. Durante centurias y centurias las bibliotecas se han ido encargando de hacer relaciones, índex, catálogos y enumeraciones de los fondos amorosamente guardados en sus anaqueles, estantes y sótanos. Fondos propios alimentados por los dineros propios, o por generosas donaciones ajenas de próceres convencidos del beneficio social de la lectura.

Grandes bibliotecas y grandes colecciones de libros han ido construyéndose desde la antigüedad hasta la edad contemporánea, cuando la “explosión del conocimiento”, detectada casi en paralelo al “baby boom”, y la eclosión de la informática trasladaron el epicentro de la información científica fuera de las bibliotecas. O, más bien, fuera de casi todas salvo tres o cuatro, las grandes bibliotecas nacionales, que con sus catálogos y bases de datos se erigieron en faros bibliográficos del mundo. Cuando en los Estados Unidos comprendieron la importancia de la información científica en ciencias de la salud y comenzaron a construir el hoy jubilado Index Medicus, optaron por dotar a todas las bibliotecas de una herramienta ideal para la consecución rápida y eficiente de la información más relevante (sí, aunque nos pueda parecer absurdo, la aparición del Index Medicus modernizó el obsoleto sistema de búsqueda de la información, como luego las bases de datos hicieron obsoleto el Index Medicus).

Este hecho transfiguró el perfil y el ser de las bibliotecas de salud, que no el fluir de la información. Con el desarrollo del acceso a las bases de datos por módem, luego en CD-ROM y después vía Internet (de MEDLINE a PubMed en un santiamén) las bibliotecas pasaron a gestionar una información ajena, que era miles de veces más voluminosa que la propia información que venían atesorando durante décadas y siglos entre sus cuatro paredes. El salto cualitativo había sido mortal y sin red. Los usuarios podían tener conocimiento inmediato de la existencia de cientos de artículos publicados en cualquier confín del mundo, y como a todo ser viviente a quien se le acerca la miel a los labios, deseaban tenerlos cerca, para leerlos, subrayarlos y remarcarlos. Las bibliotecas comenzaron un compulsivo proceso de adquisición de fondos bibliográficos en forma de revistas científicas impresas, las cuales pronto inundaron sus salas de lectura, sus pasillos y sus depósitos. Una carrera sin fin que fue moderándose paulatinamente conforme los precios de las revistas se incrementaban más y más cada año y cada lustro, lo que obligó a los responsables de las bibliotecas a optar por una necesaria simbiosis entre las colecciones propias (adquiridas con recursos económicos propios) y las colecciones ajenas (obtenidas mediante el préstamo interbibliotecario, alimentado por la colaboración de las bibliotecas del gremio).

Durante muchos años las bibliotecas nos hemos convertido en prestidigitadoras de lo ajeno, facilitando a nuestros usuarios, casi por arte de magia, aquello que ellos, por muy raro que fuera, nos demandaban (porque lo habían leído, antes en MEDLINE, ahora en PubMed) y que unas veces hacíamos surgir de los pozos de nuestros fondos y otras solicitábamos con buena educación, mediante el consabido préstamo interbibliotecario, a nuestros congéneres de bibliotecas afines. Hasta el estallido del boom de lo electrónico, cuando pudimos acceder de nuevo, como si hubiéramos entrado en la cueva de Alí Babá, a miles de revistas online, y cuando pudimos (nosotros y nuestros usuarios) descargar diez, cien, mil y un artículos en pdf. Pero con una extraña sensación, porque ahora sí que todos esos artículos nos eran ajenos, completamente ajenos, pues no reposaban ni crecían en nuestros servidores, ni en nuestros ordenadores ni en nuestras estanterías. Eran valiosísimas colecciones ajenas a nuestras bibliotecas porque, sencillamente, eran propiedad de los editores que, a cambio de unos emolumentos que no podían considerarse exiguos, nos permitían el acceso (cual autopista de peaje) a una información muy relevante que, en el colmo de los colmos, muchos de nuestros usuarios habían financiado (mediante proyectos de investigación, mediante horas de trabajo y mediante su propia publicación).

Y en esas estamos, gestionando una información ajena (millones de artículos científicos) a la que accedemos mediante herramientas también ajenas (bases de datos, buscadores, metabuscadores y requetemultiplebuscadores) hasta que a algunas bibliotecas se les ha encendido la bombilla y descubren, por sí mismas o por coalición con sus usuarios, la utilidad de comenzar a gestionar también lo propio. En algunos casos porque la gestión de lo electrónico les ha regalado un tiempo precioso, al privar a su personal  de la tortuosa tarea de encaminarse hacia la fotocopiadora, cargados hasta las trancas con docenas de volúmenes, y pasar minuto tras minuto levantando la tapa, bajando la tapa, levantando la tapa, pasando una hoja, pasando la siguiente… viendo ir y venir el haz luminoso que ha convertido nuestras revistas en miles de artículos impresos que hemos suministrado puntualmente a nuestros usuarios.

Liberado el tiempo de fotocopiar a destajo, es hora de acordarnos de nosotros mismos, de comenzar a gestionar lo propio (después de tantos años de gestionar lo ajeno) y de generar recursos propios a nuestra imagen y semejanza. Oportuna fórmula para adelantarnos a nuestros usuarios. Algunas de nuestras bibliotecas, individuales y en agrupaciones, ya han entrado en este futuro de la gestión de lo propio. Sabemos de repositorios de la producción científica en uso (el de la Biblioteca Virtual del Sistema Sanitario Público de Andalucía) y en proceso (el Sophia de Bibliosaúde en Galicia y el Scientia en Cataluña). Sabemos de herramientas métricas como el Sophos gallego y el Impactia andaluz.  Sabemos del SciELO España y de IBECS, que, aunque herramientas importadas, son alimentadas por bibliotecas propias (Biblioteca Nacional de Ciencias de la Salud) para acercar la producción propia. Sabemos de las construcciones, en una biblioteca sí y en otra también, de pequeñas bibliotecas bibliográficas mediante gestores bibliográficos. Sabemos de la participación activa de los CRAIs universitarios en la dinámica cultural de las instituciones. Sabemos de los buenos y socorridos manuales de uso que elaboran en la Universidad de Salamanca o en Bibliosaúde. Ya hemos “facilitado”, distribuido y harto vendido lo ajeno; es el momento, por tanto, de poner a buen recaudo, difundir, recopilar, explotar y conservar lo propio. Porque si no lo hacemos nosotros, no va a venir el vecino del 5º a hacerlo, ni el del 6º. Ni el del 8º va a traernos el último artículo, ni el del 9º el penúltimo capítulo ni el del 4º A el olvidado protocolo de nuestro servicio de interna. Es, o debería ser, nuestra responsabilidad y así, tacita a tacita, cuando lo propio esté pulido y niquelado, podremos compartirlo con otros amantes de lo suyo propio, y construir entre muchos más grandes recursos de lo propio común. Es lo que se llama colaboración o cooperación, de la que siempre hemos andado sobrados en las bibliotecas de salud. Nuestros usuarios van a agradecer que, además de sacar de la chistera ese artículo imposible, les pongamos en bandeja su producción científica, y la de su servicio, y la de su centro, y otros muchos recursos que no ajenos sino propios, consideran tan valiosos o más que los ajenos.

José Manuel Estrada Lorenzo

Biblioteca del Hospital Universitario 12 de Octubre. Madrid

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Oct 21

En el marc de la commemoració del 10è aniversari del GICS es publicaran tot un seguit d’entrades editades per professionals de reconegut prestigi de la nostra professió.

Els membres del GICS agraïm la participació dels experts en aquesta activitat que finalitzarà en un recull d’informació innovadora i útil per a tots.

Continuem amb el cicle de notícies i aprofitant que és la setmana de l’Open Access (OA), l’invitat per publicar el post és en Jordi Serrano, diplomat en Biblioteconomia i Llicenciat en Documentació. La seva activitat professional sempre ha girat al voltant dels aspectes tecnològics de les biblioteques.

Si bé va començar a prestar serveis en biblioteques de biomedicina, més tard va continuar en biblioteques universitàries. Actualment desenvolupa la seva activitat professional en el Servei de Biblioteques, Publicacions i Arxius (SBPA) de la Universitat Politècnica de Catalunya.

Alhora és professor associat de la Facultat de Biblioteconomia i Documentació Digital de la Universitat de Barcelona i del Màster Universitari de la Facultat de Biblioteconomia de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.

Participa en diferents grups de treball de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), de la Red de Bibliotecas Universitarias españolas (REBIUN), del Consorci de Biblioteques Universitàries de Catalunya (CBUC) i en projectes com Recolecta, recol•lector de la ciència oberta.

Perfil professional: LinkedIn

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